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LAS SOLEDADES DE GONZALO

Fecha:05/12/1998

Por Rubén Darío Buitrón

Quito. 5 dic 98.

La soledad lo va marcando más que los años.

Ha muerto el Potolo Valencia, ha muerto el Pollo Ortiz, han muerto cinco de sus colegas más queridos. Y ahí no acaba todo: hace poco ha muerto su esposa.

Será por eso que, a sus 83 años, vuelca tanto buen humor, tanto afecto, tanta alegría, tanta ternura cuando recuerda la sorpresiva visita de Paulina Abad, la joven que una tarde, hace meses, llegó a su casa de La Floresta y le dijo que la productora MTM, a la que ella representa, quería hacer un CD con el disco que el dúo Benítez-Valencia grabara 40 años atrás.

Fue un ramalazo de pasado. De memoria. De vida. De frescura.

Como si aquellas sendas distintas que separaron al famoso dúo ecuatoriano hubieran encontrado un punto de unión que los ha vuelto a juntar.

Porque ahora Gonzalo Benítez puede describir cada fecha, cada detalle, cada hecho que marcó su vida, esa vida que no fue solo suya sino de los dos.

»Yo le decía al Potolo que no bebiera, vivía rogándole que no mezclara el arte con el alcohol, pero él lo tomaba a broma.

Solía decirme que bueno, que ya no tomaría más, pero tampoco menos…».

Y así llegaron una tarde a la plaza de toros de Riobamba.

Benítez lo recuerda perfectamente: era domingo, era el 25 de octubre de 1970, era el día que celebraban el trigésimo aniversario del dúo.

Tres mil personas los aplaudían. Tarareaban las letras de las canciones. Lloraban. Sufrían. Sufrían como el dúo, que cantaba el yaraví »Desesperación» mientras en el corazón de cada uno la vida se resquebrajaba: a Valencia se le iban el aire, el calor, la fuerza, la vida. A Benítez, la voz, el ánimo, las ganas, el futuro.

Y el Potolo se fue. Murió en Quito, siete días después de que dejara en Riobamba su último aliento.

Fue hace tiempo. Pero fue apenas ayer. Porque aún se le quiebra la voz y se humedecen sus ojos cuando toma la guitarra e interpreta el pasillo »Soledad», escrito como homenaje póstumo al Potolo.

El silencio que deja su tristeza se interrumpe con el canto de las golondrinas que afuera revolotean alrededor de un antiguo arupo. El intenso sol de la tarde quiteña empieza a ensombrecerse detrás de Cruz Loma.

Pero Gonzalo Benítez no se deja derrotar por la nostalgia.

Para qué. Por qué. Qué haciendo, dice. Retoma la guitarra. La mira. La acaricia. Sonríe. »Este Potolito, carajo», susurra para sí.

Luego busca un acorde preciso, una entonación adecuada, una canción que se ajuste a su recuerdo personal. Y entonces, su voz -simultáneamente dulce y ajada-, sus manos y su guitarra van reinventando los pasillos de siempre, la palabra y la armonía de sus maestros: Segundo Cueva Celi (Cómo pudo tu amor/ volverme triste), Jorge Araujo Chiriboga (Qué distintos los dos/tu vida empieza/y yo voy ya/por la mitad del día), Francisco Paredes Herrera (Esas límpidas tardes/en que al sol de mis ruegos/en mi boca dejaste/un rosario de besos/), Miguel Angel Casares (Llévame de la mano/como si fuera un ciego), Lauro Guerrero (Te digo adiós y acaso/te quiera todavía), y de él mismo, Gonzalo Benítez, cuyo pasillo »Soledad», compuesto y escrito hace casi 30 años, parece una crónica de aquella enfermedad desoladora que termina con la vida de quienes dejan escapar la alegría, la memoria, la poesía o la canción.

Ha muerto el Potolo. Ha muerto el Pollo Ortiz. Ha muerto su esposa. La soledad lo va marcando más que el tiempo.

Porque hay dignidad en sus 83 años. Yo hay rencores, a pesar del olvido. Y hay este CD, que le abre las puertas del futuro.

EL DUO DE POTOLO Y EL PATOJO »Qué cosas más lindas que tengo que contar. Por ejemplo, que nací en esa linda tierra donde basta con decir el nombre, porque el apellido es el mismo para todos: Otavalo.

Puedo contarle también que fui pintor, y que si no hubiera sido porque la vida me llevó a cantar, la otra habría sido mi profesión.

Yo estudié en el normal Juan Montalvo. Allí me conocí con el Potolo Valencia, que primero fue mi compañero, pero como no le gustaba estudiar, cuando me gradué resultó mi alumno.

El primer disco que grabamos fue bajo el sello RCA Víctor, en los estudios de la radio HCJB. En ese tiempo nos pagaban 30 sucres por toda la grabación.

El dúo se mantuvo 30 años, pero yo le digo la pura verdad: si duró fue por mi capacidad de tolerancia.

El Potolo y yo (a mí me decían el Patojo), fuimos los primeros músicos ecuatorianos que viajamos a Europa. Claro que para que nos entiendieran en Alemania nos tocó cantar música folclórica, nada de pasillos o albazos.

Lo de la serenata quiteña fue obra nuestra. Cierto es que ahora se ha convertido en una fiesta popular para dedicarse a la borrachera y a la delincuencia, pero cuando cantamos en el atrio de La Catedral, el 5 de diciembre de 1961, lo que queríamos era que la gente se divirtiera sanamente y que se eliminaran las graves rencillas que el carnaval dejaba entre los barrios.

Del Estado no he recibido nada. Pero, eso sí, el cariño del público lo compensa todo».

(DIARIO HOY) (P.6-A)